Acerca de la Intolerancia – II parte

En el número anterior de esta columna me referí al tema de la intolerancia lo cual despertó el interés de algunos lectores y por eso, ante algunas muestras de interés, decidí ampliar el tema por considerarlo pertinente. Pareciera que la preocupación sobre las actitudes intolerantes lleva a preguntarnos por qué actuamos como actuamos.

La intolerancia se manifiesta en cualquiera de los campos de actuación de las personas por ejemplo la política, la religión, la educación y hasta en las costumbres sociales. Las culturas de tipo autoritarias conllevan el germen de la intolerancia y se manifiestan de manera explícita en las declaraciones y actuaciones que poco aceptan principios o formas que se advierten como diferentes.

El pensamiento estatificado o la poca disposición a armonizar con criterios diferentes u opuestos a las posiciones, impregnan de intransigencia a quien las blande, las esgrime. El mundo de la intolerancia quizás alcanzó sus picos más espectaculares en los asesinatos masivos o individuales que se produjeron durante las llamadas estructuras de gobierno autoritarias desde las campañas organizadas por la Iglesia, las matanzas de civilizaciones enteras tanto en América como en Medio Oriente a manos de expediciones de conquista, las redadas nazis, la sistematización de desapariciones forzadas durante las dictaduras o de manera más simple cuando por el hecho de pensar distinto se excluye a las personas en determinados espacios.  De hecho, en muchos pasajes históricos, hemos visto como se han perseguido tanto a las personas como a sus ideas. Siendo  Rey de Francia, a Luis XIII se le dijo desde el clero: “No pretendamos destruir los errores mediante la violencia”

Las sociedades más democráticas aceptan la diversidad y por ello la existencia pluralista no impide la convivencia armónica. Robert Dahl recomienda la preferencia de la poliarquía para los sistemas políticos del mismo modo que Sartori explica indubitablemente que la democracia es el sistema que permite la anchura de las diferencias. El principio respetable de la libertad está íntimamente ligado al criterio de la tolerancia pues de esta manera se explica que, aceptando el principio de la aceptación del otro como un igual, admitiendo la existencia de la libertad en todas sus formas.

Las creencias religiosas suelen ser un campo por demás propicio para instalar el concepto autoritario de la suficiencia y, al decir de Hobbes, justificar el absolutismo. El devenir de la intolerancia se hizo más descarnado en los fanatismos que tanto los romanos como los pueblos invasores en Europa durante la Baja Edad Media o bien como sucedió en la etapa del fanatismo después de producida la Revolución Francesa, las infamias del tirano de Siracusa o las dictaduras stalinista y fascistas que se apoderaron del gobierno durante la primera mitad del Siglo XX. Recordemos sin más, el caso de Sócrates, muerto por la intolerancia del gobierno, el juicio contra Galileo, el fusilamiento de Camila O’Gorman durante el rosismo o la matanza de los hugonotes.

También en otros ámbitos hay intolerancia por ejemplo en el ámbito de la educación cuando se pretende implantar criterios únicos de verdad que responden a una estructura ideológica dominante que intenta excluir a otras líneas doctrinarias. La tolerancia es hija de la razón en tanto la intolerancia es exponente del barbarismo.

La intolerancia se expresa también en los llamados procesos de censura que actúan,  en muchos casos, más para satisfacción del censor que para la sociedad que de algún modo, es parte de aquello que se censura. Catón o Savonarola sólo creían lo que sus conciencias ordenaban como salvadores del alma humana. La intolerancia social se expresa en sociedades autoritarias con poca aceptabilidad por ejemplo a los extranjeros a través de sentimientos xenófobos, la discriminación o la falta de respeto hacia opiniones distintas, el racismo en cualquiera de sus formas o la intolerancia étnica.

También en conductas individuales que bien pueden ser sentimientos negativos producto de miedos como aquello que nos es desconocido. (una especie de –mal llamada- autodefensa). La falta de reconocimiento a quienes profesan formas de ser diferentes como en el caso de la homosexualidad o la supremacía del machismo. Fomentar el odio o practicar el desconocimiento de los Derechos Humanos son parte de la incomprensión política y social de un grupo que gobierna transitoriamente y a la cual la sociedad debe oponerse. Todo ciudadano tiene el derecho de discrepar o disentir en cualquier ámbito que se exprese siempre y cuando lo haga conforme a reglas de educación y respeto.

¿Qué sucede con los supuestos alteradores de las normas cuando éstas sólo responden al mandato de los caprichos del mandante? ¿El sólo hecho de opinar en contrario supone la condena, el escarnio o la privacidad de sus derechos? La evolución del mundo supone avanzar hacia el estatuto de un ser humano con más y mejores conocimientos, más atendible a las prioridades de la subsistencia y un mayor desarrollo de la ciencia, una preocupación superior por la educación y alcanzar una vida mucho más placentera y justa. Sin tolerancia no va a ser posible.

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